lunes, septiembre 05, 2016

El síndrome postvacacional

Hay noticias que con carácter cíclico aparecen un año tras otro en los medios de comunicación, siempre en las mismas fechas, y aun más coincidiendo con las vacaciones de verano.

Un ejemplo de estas noticias-comodín de aparición recurrente lo tenemos con la mal llamada depresión o síndrome postvacacional, un conjunto de síntomas que se manifiestan conforme se aproxima el final de las vacaciones y la reincorporación al trabajo es contemplada con aversión y como un estímulo negativo capaz de ser somatizado en forma de nerviosismo, irritabilidad, tristeza, sensación de falta de aire, palpitaciones, etc.

El síndrome postvacacional

En realidad, el síndrome postvacacional no es una enfermedad propiamente dicha —no existe como tal en las clasificaciones que agrupan y describen los distintos trastornos mentales— sino un proceso de adaptación que surge cuando un trabajador se reincorpora a la vida activa tras un tiempo de descanso más o menos prolongado, una circunstancia que se podrá llevar mejor o peor en función de su capacidad de adaptación a los cambios así como también de como sean las condiciones que definen a su ambiente laboral.

¿Cómo llamarlo: síndrome, estrés o depresión postvacacional?

Apenas hay trabajos que ofrezcan una idea aproximada de la frecuencia o prevalencia de este síndrome, aunque algunas publicaciones establecen una tasa que ronda el 35%, cifra que probablemente esté detectando, más que una verdadera patología, la desgana natural al tener que reincorporarse al trabajo tras un largo periodo de asueto.

Llama la atención un trabajo realizado por una empresa de trabajo temporal (Randstad) en el que un 56% de los trabajadores españoles encuestados admitían padecer el síndrome de depresión postvacacional.

Por su parte, Adecco, consultora española de Recursos Humanos, calculó en un 30% el porcentaje de la población que sufre esta patología, un síndrome que en realidad, deberíamos contemplar como una desadaptación a la vida activa, entendiendo como tal los quehaceres a los que cada cual se dedica cuando no está de vacaciones.

Entre las denominaciones que aparecen en la bibliografía al describir este trastorno se emplea tanto la designación  de síndrome como con la de depresión o la de estrés postvacacional (este último con menos frecuencia).

A criterio de quien escribe este artículo, el modo más adecuado para referirse a este proceso sería el de síndrome, ya que un síndrome es un conjunto de síntomas característicos de una determinada enfermedad, mientras que la palabra estrés hace alusión a un estado de tensión desencadenado por situaciones que originan malestar y a las que el organismo responde con síntomas de ansiedad.

Si bien es cierto que acaece en la reincorporación al trabajo tras las vacaciones (sobre todo si el ambiente laboral no es propicio y actúa como desencadenante) no justifica que sea más adecuado llamar estrés a lo que en realidad es más un síndrome.

En cualquier caso, lo que sí que resulta inadecuado es utilizar el término depresión postvacacional como habitualmente se hace a nivel coloquial y en los artículos de divulgación sanitaria por parte de revistas y publicaciones de información generalista.

Aunque este síndrome comparta algunos síntomas con la depresión (cansancio, desgana, tristeza…), e incluso aunque en ciertos casos complicado pueda complicarse el proceso apareciendo una auténtica depresión, de entrada no lo es, y tanto en este caso como en muchos otros («estoy de bajón, hoy tengo depre») la palabra depresión no debería utilizarse con la ligereza que a veces se emplea, por lo que de trivialización y banalización supone para una enfermedad que tan gran impotencia y dolor psíquico ocasiona a quien la padece.
¿Pero, existe de verdad este síndrome postvacacional?

Si nos atenemos a lo que dice tanto el CIE-10 como el DSM-5, clasificaciones que agrupan las distintas enfermedades y problemas de salud, deberíamos concluir que el síndrome postvacacional no existe ya que no aparece en ninguna de ellas.

Del mismo modo, si nos atenemos a la opinión de un sector de psiquiatras más o menos amplio, hay una tendencia a negar este síndrome como respuesta aversiva a la tan extendida –y desafortunada– tendencia que existe a medicalizar y psiquiatrizar muchas manifestaciones de la vida cotidiana que no son patológicas .

Podemos considerar normal que resulte molesto el retorno a la rutina laboral tras un periodo vacacional. Sin embargo hay un sector de la población más propenso a padecer alguno de los síntomas del síndrome postvacacional, bien por su dificultad a adaptarse a los cambios, bien por presentar un trastorno psiquiátrico previo, o bien porque sufran un ambiente laboral hostil que les hace vivir el trabajo con angustia y bajo contigua presión.

Lo que parece claro, y entra dentro de una lógica basada en la evidencia, es que cualquier persona que sienta una aversión verdadera por su puesto de trabajo y por su entorno laboral, tenderá a padecer este síndrome y quienes asocian una patología previa depresiva, serán candidatos incluso a que su depresión se reactive conforme se acerca el final de las vacaciones y es inminente su reincorporación al trabajo.

Es interesante reseñar que las personas jóvenes que viven con entusiasmo su actividad laboral son estadísticamente menos proclives a padecer este síndrome.

También está comprobado que el riesgo de sufrir el síndrome postvacacional aumenta con la edad y cuando se ocupan puestos de mayor responsabilidad o alta cualificación. Del mismo modo, el estrés que se soporta está en relación directa al riesgo de padecer este síndrome.

O sea, podríamos decir que el síndrome postvacacional no está contemplado en los tratados de psiquiatría como una enfermedad propiamente dicha ni está reconocido como tal, aunque en la práctica sea un hecho plenamente contrastado y comprobado.

Síntomas del síndrome postvacacional

El síndrome postvacacional es un conjunto de síntomas somatizados que se engloban en el contexto de un trastorno de ansiedad y que, también, comparten rasgos con algunas de las manifestaciones de los trastornos depresivos.

Destaquemos entre estos síntomas: disnea ansiosa o sensación de falta de aire, palpitaciones, aceleración del ritmo cardíaco, cansancio, falta de apetito, nerviosismo, molestias digestivas, irritabilidad, inquietud, indiferencia, desinterés y tristeza, un conjunto de síntomas que aparecen conforme se aproxima el final de las vacaciones y se intensifican al reincorporarse al trabajo.

¿A que tipo de personas afecta más este síndrome?

El síndrome postvacacional afecta sobre todo a trabajadores y a estudiantes. En su génesis influyen muchos factores que abarcan desde nivel de responsabilidad en el trabajo al grado de satisfacción o insatisfacción laboral, pasado por la incertidumbre a la hora de conservar el puesto de trabajo.

La falta de motivación para reincorporarse al trabajo incrementa el riesgo de sufrir este síndrome, y esto suele suceder en casos de mobbing (acoso laboral).

También la situación de precariedad laboral y la crisis económica han repercutido en el aumento de la incidencia del síndrome postvacacional por el miedo al despido tras las vacaciones.

El modo en que se hayan vivido las vacaciones influir significativamente en el riesgo de sufrir los síntomas de este síndrome.

Así, no beneficia haber tenido unas vacaciones largas con excesivas actividades que no hayan permitido disfrutar de un descanso suficiente.

También, en el caso de familias con varios hijos pequeños o con personas dependientes a su cuidado (de quienes en periodo laboral se encargan terceras personas) y que en los periodos vacacionales ocupan un tiempo de dedicación especial, se incrementa el riesgo de sufrir el síndrome postvacacional.

Es decir, la falta de sensación de haber descansado tras regresar de vacaciones, predispone a sufrir un síndrome postvacacional.
¿Cuánto tiempo dura el síndrome postvacacional?

La duración de este síndrome suele oscilar entre una y dos semanas, aunque puede prolongarse dependiendo del tipo de trabajo y/o el estrés que genere en el individuo, el grado de toxicidad en el ambiente laboral, las presiones por parte del jefe, etc.

También influyen en la duración del síndrome los rasgos de personalidad de quienes afronta la vuelta al trabajo, así como su capacidad para poder adaptarse saludablemente a los cambios.

Un reciente trabajo concluye que para la mayoría de las personas estables emocionalmente y con un ambiente laboral tolerable, la vuelta al trabajo no debería suponerles más de un día de adaptación. No obstante, cuando esto sucede, lo normal es que no estemos ante un síndrome postvacacional sino ante un simple caso de malestar natural y fastidio por terminar las vacaciones.
Soluciones para este síndrome

Prevención

Lo más recomendable para tratar cualquier trastorno es siempre aplicar medidas preventivas para evitar que se manifieste. Es por ello que la prevención en el síndrome postvacacional tienen tanta o más importancia que el tratamiento en sí de los síntomas una vez estos se manifiestan.

Comenzaremos enfatizando en lo beneficiosa que puede ser una mentalización realista que evite contemplar el trabajo como algo horrible y las vacaciones como un lo más maravilloso del año cuando, en realidad, sólo son una breve etapa con un principio y un final tras el cual resulta inevitable –e incluso es saludable— reincorporarse a las actividades y a las rutinas del día a día.

Para superar del modo menos traumático las molestias de la adaptación a la vida laboral tras las vacaciones, es recomendable seguir ciertas pautas que brevemente sistematizaremos.

    Programar la vuelta a casa y al trabajo de un modo realista y llevarla a cabo relajadamente y sin improvisaciones de última hora que generen estrés. No es recomendable volver de vacaciones un día antes de reincorporarse al trabajo. Lo ideal es siempre disponer de al menos un par de días para adaptarse y prepararse mental y físicamente en el proceso de retorno a la actividad laboral y los quehaceres cotidianos del resto del año.

    La vuelta a casa se deberá organizar sin estirar las vacaciones al máximo, y ayudará mucho que en los días que se reserven para la rehabituación, se pueda seguir disfrutando de los posible los hábitos saludables adquiridos durante las vacaciones, como el paseo diario o ir a la piscina. También, si en las vacaciones se han dedicado más horas al sueño, se deberán reducir poco a poco en la medida de lo posible hasta volver al ritmo habitual del resto del año (una semana, aplicando media hora de reducción cada día, suele ser suficiente para el reajuste).

    Procurar que la transición del descanso al trabajo no sea brusca y que en los primeros días de trabajo se planifiquen las actividades de un modo progresivo, a ser posible comenzando siempre por las tareas menos ingratas. Puede ser contraproducente llevarse trabajo a casa, al menos los primeros días o semanas.

    Ya en el trabajo, es beneficioso establecer una toma de contacto (una reunión informal) que aporte una visión general de lo que ha sucedido durante la ausencia para, a continuación, organizarse y priorizar las actividades y comenzando por aquellas que pudieron quedar pendientes. También es recomendable estructurar las responsabilidades asumiéndolas de un modo progresivo, Con estas medidas, el estrés será menos probable y el rendimiento aumentará de un modo natural y gradual.

    Al inicio de la reincorporación, resulta útil aprovechar los tiempos de descanso que permite la jornada de trabajo para realizar alguna actividad agradable. Fuera de horario laboral, será igualmente interesante incorporar actividades de ocio a ser posibles diarias y permanentes, por ejemplo practicar cualquier ejercicio físico como por ejemplo andar.

    La reincorporación al trabajo tras las vacaciones es siempre un buen momento para comenzar de cero y replantearse de un modo simple los problemas laborales que previamente fueron un foco de ansiedad, yendo a lo esencial y nuclear de los mismos y prescindiendo de los detalles accesorios que interfieran en la labor de encontrar soluciones. Por ejemplo, siempre que se pueda elegir, aporta mucho bienestar delegar las tareas para las que no estamos tan bien preparados y asumir las que podemos llevar a cabo sin dificultad.

    Ya como recomendación final, será beneficioso no conceder mayor importancia al natural malestar inherente a la readaptación a las rutinas laborales, algo que a todos sucede y que no tiene por qué desencadenar un síndrome postvacacional. En estos casos es útil practicar técnicas de relajación durante el día en intervalos regulares.

Tratamiento

Una vez instaurado el síndrome postvacacional con síntomas lo suficientemente molestos y persistentes más allá de una a dos semanas, deberá instaurarse una intervención psicoterapéutica e incluso un tratamiento psicofarmacológico en función de la gravedad de los síntomas o de los antecedentes del paciente.

Fuente gestalt-terapia.es

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