lunes, julio 18, 2016

“Ponte en mi lugar”. Procesos biológicos que influyen en la empatía

Después de tanta tormenta, nos encontramos en el mismo lugar, ¡fíjate tú! ¡ha pasado tanto tiempo! ¿Serán cosas del destino? En cualquier caso, soy de las que cree que nada ocurre por casualidad sino que todo en este mundo son un sinfín de largas causalidades que tienen algún sentido que, ahora mismo, desconocemos.

Sabes que te he visto y me miras y yo – curiosa insaciable– no puedo reprimir devolverte la mirada. Y, en esa mirada, veo que me necesitas, otra vez. Sé que tendrás una convincente y larga explicación a tanto tiempo de silencio y querrás que te entienda pero yo, simplemente, ya no te quiero entender porque si te pusieras en mi lugar, admirarías mi paciencia y sabrías que tú, en mi lugar, me hubieras dejado mucho antes.

Sin embargo, aún queda coherencia detrás de las lágrimas porque sé que algún día te darás cuenta de lo que es valioso en esta vida y, para ello, sólo tienes que ponerte en mi lugar.


Constructos de la empatía

Como han visto en el ejemplo, parece ser que la persona de la que hablo no es muy empático. Si recordamos, se publicó un artículo anterior acerca de la empatía “¿Los psicólogos leen la mente? Hablemos de empatía” en que comentábamos ampliamente el significado de este término. Recordad que la empatía consta de cuatro constructos:

    Adopción de perspectivas. Capacidad de ver situaciones, emociones o pensamientos desde la perspectiva de la otra persona.

    Comprensión emocional. Capacidad de entender emociones, pensamientos y sentimientos antes de que la otra persona los haya verbalizado.

    Estrés empático. Capacidad de sincronizar con las emociones negativas de la otra persona: ¿sufre realmente cuando su mejor amigo le cuenta que va a divorciarse, tras 20 años de matrimonio?

    Alegría empática. Capacidad de sincronizar con las emociones positivas de la otra persona: ¿te alegras de verdad cuando a otra persona le han subido el sueldo y a ti no?

¿Para qué sirve la empatía?

Ponerse en el lugar del otro es, en el fondo, un acto de generosidad. Ya lo dice el presidente Obama: “el gran problema de nuestra época es el déficit de empatía”. O el Papa Francisco, quien denuncia lo que llama “cultura de la indiferencia” o, lo que es lo mismo, los tan populares “me da igual” o “yo paso” y propone “la globalización de la empatía”.

Ardua tarea, me temo, aunque no cabe duda de que si lo consiguiéramos, haríamos de este un mundo mejor: sin guerras, sin envidias,…

Sin embargo, la neurociencia actual ha demostrado que un exceso de empatía – como cualquier exceso – es perjudicial ya que altera nuestro equilibrio emocional. Por tanto, hay que aprender a usarla en las dosis adecuadas para evitar que nos hunda.

¿Cuál es la diferencia entre empatía y compasión? “La compasión no consiste en compartir el sufrimiento de otra persona, sino que se caracteriza por sentimientos de calidez y cuidado del otro y una fuerte motivación para mejorar su bienestar.

La compasión es sentir algo por alguien, no sentir algo con alguien. Es decir, la empatía es pasiva mientras que la compasión es activa porque nos impulsa a consolar y ayudar” – según Olga Klimecki, investigadora del Centro de Ciencias Afectivas de la Universidad de Ginebra.

Respuesta empática – compasiva a nivel cerebral

En dicho centro, se han realizado experimentos tanto con animales como con humanos  mediante resonancia magnética funcional y se ha descubierto que la respuesta empática y compasiva – a nivel cerebral – muestran grandes diferencias. Usan circuitos cerebrales diferentes y se localizan en zonas cerebrales distintas.

Según últimos estudios, la respuesta empática se hallaría en una parte primitiva del cerebro que es la ínsula y el córtex cingular anterior.
Curiosamente, las mismas áreas encargadas del estrés y del dolor emocional.

Se trata de una respuesta instintiva y no exclusiva de los humanos. Cualquier otro mamífero “se estresa” si ve sufrir a uno de sus miembros.

Por el otro lado, la respuesta compasiva se halla en la corteza órbito-frontal y en las neuronas del núcleo estriado ventral, ambos implicados en la toma de las decisiones conscientes que producen satisfacción.

Seguramente, estés más interesado en saber por qué la empatía nos puede desestabilizar.  Resulta que la empatía ha evolucionado con nosotros – como especie – y con otras especies. Ello es lo que produce la sincronía: si siento que mi grupo familiar o social está en peligro, actuamos para impedir que el daño se haga realidad. Basta con ver los programas de supuesta supervivencia o convivencia de la televisión. La empatía, al igual que la felicidad y la envidia, es contagiosa.

De hecho, ¿quién no ha tenido que acercarse a una maternidad en los últimos tiempos? ¿no te has percatado de que, cuando un niño empieza a llorar, al final acaban llorando todos? Es enternecedor para unos, divertido para otros y, para mí – que tengo fama de aguafiestas- curioso.

Más que nada porque el cerebro del bebé no sabe diferenciar entre el dolor, la tristeza, el enfado o el miedo.

De hecho, para algunos, la frontera es ambigua. Cuando están enfadados, no saben realmente si están tristes, enfadados o temerosos ya que los nos permite hacer conexiones con los demás son las “neuronas espejo” que solo funcionan adecuadamente si hacemos una acción pero, también, si dicha acción es reproducida por otras personas.

Podemos considerar como una acción, cualquiera de las emociones indicadas.

La neurociencia y la empatía

Tania Singer, neurocíentifica en el Instituto Max Planck de Estudios Cognitivos de Leizpig, ha demostrado que una de cada cuatro personas segrega cortisol u hormona del estrés cuando ve a un desconocido en una situación comprometida. Y que aumenta a un 40% cuando se trata de un familiar. Activación que causa taquicardia, sudoración de manos, disnea…

Por otra parte, se ha demostrado que monjes budistas –entrenados en el control de sus emociones, pueden activar de forma voluntaria sus circuitos de empatía que les produce un intenso estrés, difícilmente soportable, o de compasión que les produce sentimientos de satisfacción.

Por su parte, el equipo dirigido por Baldwin Way, profesor de Psicología y miembro del Ohio State Wexner Medical Center’s Institute for behavioral research de USA, descubrieron que el analgésico paracetamol® embota las emociones positivas.

Los investigadores tenían una muestra de 82 personas, a la mitad de las cuales dieron una dosis de 1000 mg de paracetamol y, a la otra mitad, una dosis idéntica de placebo. Tras 60 minutos, lo 82 participantes vieron fotos extremadamente desagradables, neutras o muy agradables.

Tras ver cada foto, se les pedía a los participantes que calificasen la fotografía como agradable o desagradable, en una escala de -5 a 5 y dieran una valoración de su reacción emocional, en una escala de 0 a 10. Los que tomaron paracetamol, clasificaron todas las fotos y sus emociones en las zonas menos extremas que los que tomaron placebo.

Por tanto, el paracetamol reduce la empatía para los dolores físicos y sociales de los otros. Además, los participantes que tomaron paracetamol pensaron que, en las fotos de desgracias, habían sufrido menos dolor y sufrimiento de lo que creyeron los participantes que habían tomado placebo.

Pero, ¿por qué un analgésico puede reducir la empatía? La respuesta la tiene Reino Unido. Se trata de una investigación del 2004 de la University College of London. Mediante estudios con RMN, hallaron que las mismas regiones cerebrales implicadas en el dolor propio se activan cuando nos identificamos con otras personas que padecen algún dolor.

Si tomamos un analgésico, de alguna manera “adormecemos” nuestras propias zonas del dolor y se hace más difícil reconocer el dolor en los demás.

Para eliminar estos efectos, en el año 2015 se descubrió que el medicamento tolcapona – que se usa para tratar a enfermos de Parkinson- puede sensibilizar a las personas ante la desigualdad social y la compasión. Y, que por otro lado, la oxitocina aumenta la confianza y la empatía.

En otra investigación realizada por neurocientíficos de la Universidad de Chicago y publicada en la revista Frontiers in Psychology, colocaron dos ratas que solían compartir una jaula en un campo de prueba. Una de las ratas estaba atrapada dentro de una jaula y la segunda estaba libre pero podía ver y oír a la primera. Sin embargo, la rata libre aprendía rápidamente a liberar a su compañera.

Las ratas tratadas con midazolam no abrían la puerta del dispositivo de contención en el que había una rata atrapada, mientras que las ratas de control sí liberaban a sus compañeras atrapadas. Es decir, el midazolam no interfería en la capacidad física de las ratas para abrir la puerta del dispositivo. Es más, si en esta se ponía un poco de chocolate, las ratas control  seguían abriendo la puerta pero no las ratas tratadas con midazolam.

Por tanto, el acto de ayudar a los demás depende de reacciones emocionales y estas solo están amortiguadas por ansioliotícos, como el midazolam, que disminuyen la tendencia a preocuparse por los otros y su empatía.

“Las ratas control se ayudan entre sí porque se preocupan“, dice Peggy Mason, profesora de neurobiología, de la universidad de Chicago. “Tienen que compartir los sentimientos de la rata atrapada para ayudarla y eso es un hallazgo fundamental que nos dice algo sobre la forma en que funcionamos, porque somos mamíferos como las ratas.

También midieron los niveles de corticoesterona – la hormona del estrés- y hallaron que aquellas que tienen los niveles más altos son las que resultaban más estresadas por la situación y eran menos propensas a ayudar a sus compañeras.

Encontraron que los que tienen los más altos niveles de corticosterona, aquellos a los que estresaba más la situación, eran los menos propensos a ayudar a sus compañeros de jaula.

Lo mismo ocurre con nosotros, los humanos. Un nivel alto de estrés inmoviliza y no motiva.”Ayudar a los demás podría ser su nuevo medicamento. Vaya a ayudar a otras personas y se sentirá muy bien“, dicen los investigadores.

¿Está sobrevalorada la empatía?

Puede que no seas empático. No te preocupes, no se hunde el mundo. Tienes dos opciones: acudir a terapia psicológica y te daremos herramientas para intentar ser más empático o simplemente reconocerlo, asumirlo y ver lo que opina el profesor de Psicología de la Universidad de Yale, Paul Bloom para tomar una decisión.

    Parcial.“Somos más propensos a identificarnos con las personas con las que compartimos el mismo origen étnico o cultural, o con aquellas que nos parecen más atractivas”. Nos es más fácil conectar con alguien con quien tenemos algo en común

    Injusta. Cuando lo anterior influye en una decisión política o empresarial con grandes consecuencias, según Bloom. “Cuanto menos intervenga la empatía en la conducta de aquellos que deciden sobre cuestiones políticas, más justas serán sus decisiones. Sin empatía, todos estaríamos en mejores condiciones para comprender y abordar temas”.
    Ajena a las multitudes. “Las personas somos capaces de conectar con individuos particulares pero nos resulta muy complicado hacerlo cuando se trata de una masa de gente “, según Bloom.

    Un exceso de empatía implica ansiedad. No tener empatía por el sufrimiento de víctimas de una catástrofe ocurrido en un lugar muy alejado de nosotros o en las relaciones interpersonales próximas, no es una causa para realizar un autocastigo. Son de mayor importancia la compasión, el amor y la bondad.

    En pequeñas dosis. El desarrollo excesivo de la empatía es perjudicial, según Bloom,   “ya que le  conducirá a la angustia, el agotamiento e, incluso, sufrir algún trastorno psicológico”.

Por otra parte, el Dr. Agüera describe a la empatía como  “la habilidad esencial para establecer buenas relaciones sociales en el mundo privado y en el mundo laboral” y la  considera una habilidad necesaria para relacionarse con éxito. Esto lo corrobora Daniel Goleman, haciendo especial hincapié en el ámbito de la globalización.

Para finalizar, el Profesor Bloom afirma que la empatía es necesaria – en pequeñas dosis – porque  “es difícil imaginar cómo desarrollar la inteligencia sin esta capacidad”.

Via siquia.com

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