domingo, marzo 20, 2016

Pubertad y estrés en la edad adulta

El entorno de los primeros años de vida puede determinar la forma de responder al estrés en la edad adulta, según Lourdes Fañanás, investigadora del Instituto de Biomedicina de la Universidad de Barcelona y del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud mental (CIBERSAM), del Instituto de Salud Carlos III.

“Aunque los primeros días de vida de una persona parezcan intrascendentes, el pequeño está expuesto a un ambiente que, cuando entra en interacción con los genes heredados tanto de su padre como de su madre, define aspectos de su funcionamiento biológico en muchos rasgos del temperamento. A su vez, estos rasgos temperamentales que nos caracterizan, nos llevan a buscar ambientes determinados o a provocar situaciones o conductas particulares en los demás. Este último fenómeno es denominado por los especialistas ambiente evocado, y condicionará muchas situaciones o sucesos en nuestras vidas”, ha asegurado.

De la misma forma, cuando uno se expone a ciertas situaciones de estrés, el organismo responde de manera específica en cada uno, lo cual suele relacionarse con una conducta concreta y, a veces, con el desarrollo de una enfermedad. Este último fenómeno es denominado por los especialistas “interacción gen-ambiente” y puede depender tanto de los genes del sujeto, como de las experiencias vividas muy tempranamente y que pueden quedar fijadas en el ADN por mecanismos llamados epigenéticos, capaces de modificar la expresión de los genes sin cambiar la secuencia del ADN.

De hecho, Fañanás trabaja en varios estudios destinados a comprender estos complejos mecanismos que parecen explicar una parte importante de las características más complejas de los seres humanos, incluidas distintas patologías mentales.

En su opinión, “nuestros genes contribuyen a hacernos ver el mundo que nos rodea de una manera determinada en cada individuo, con pequeños matices que nos hacen diferentes, por ejemplo, respondiendo a circunstancias de peligro aparentemente similares. Esto es así, porque nuestro cerebro percibe el peligro de manera muy rápida y , en gran medida, influenciado por algunos rasgos biológicos que dependen de la constitución genética de cada uno de nosotros. Además, la evolución nos ha hecho genéticamente sensibles al ambiente para que podamos integrar la información esencial de nuestro medio social e identificar adecuadamente tanto el peligro, como las situaciones ventajosas o de protección”..

Y es que, prosigue, es tan importante el ambiente que durante la infancia, las personas suelen ser capaces de proteger al niño de manera innata, evitando que esté expuesto a situaciones que puedan resultar perjudiciales para él y dejando una huella biológica, “epigenética”, que lo sensibilizará para responder al ambiente posterior.

El ejemplo “más claro” es, a juicio de esta investigadora, el caso de las drogas, donde existe una influencia de los genes de cada persona a la hora de buscar o evitar el contacto con determinadas sustancias.


Via biotechmagazine.es

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