lunes, agosto 24, 2015

El mito de la depresión posvacacional

Hay noticias que se repiten de manera cíclica en nuestros televisores: las compras navideñas y lo que gasta cada español en esas festivas fechas; las rebajas en febrero, cuando hordas de personas corren cual estampida de ñus por las instalaciones de unos conocidos grandes almacenes; la lluvia de lágrimas durante las procesiones de la Semana Santa sevillana; la típica ola de calor todos los veranos y los consabidos consejos para que bebamos mucha agua y nos quedemos a la sombra (como si nos fuésemos a quedar al sol con 42ºC).

Noticias cíclicas que nos ayudan a saber la época del año en la que vivimos, que nos ofrecen seguridad en que el mundo, pase lo que pase, no va a cambiar porque las cosas siguen sucediendo según lo establecido. Estas noticias son como un plan divino y la carencia de las mismas, significaría el fin de la civilización tal y como la conocemos.

El tópico del mes de septiembre desde que yo recuerdo, ha sido siempre la vuelta al cole (todavía en algunas cadenas podemos ver lo que cuesta que los niños vuelvan a sus quehaceres escolares, y lo de educación gratuita, va a resultar que es un mito, una leyenda, como los dragones); sin embargo, en los últimos años, septiembre ha visto su ciclo interrumpido por un nuevo tema que ha saltado a nuestras pantallas con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento: la depresión posvacacional. Un tipo de depresión que no está recogida en ninguna clasificación de trastornos mentales, lo que me lleva a pensar que tal vez no exista y nos encante medicalizar todo hasta límites insospechados.

Los psicólogos y psiquiatras manejan principalmente dos tipos de clasificaciones, el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, más conocido como DSM (American Psychiatric Association, 2013) el cual está ya en su quinta edición y la Clasificación internacional de enfermedades, lo que los psicólogos y psiquiatras conocemos como la CIE (Organización Mundial de la Salud, 1992), en su décima edición. Ambos manuales clasificatorios, a pesar de haber incluido como trastornos mentales cosas tan normales como los leves déficits cognitivos asociados a la edad, o la mala leche (o tristeza, dependiendo del caso) que se nos pone a algunas mujeres cuando estamos en “esos días” del mes, coinciden en no recoger como trastorno mental del estado del ánimo la depresión posvacacional, el síndrome posvacacional o como sea que lo quieran llamar, ni siquiera existe una nomenclatura clara al respecto.

Con todo esto no quiero decir que no puedan darse trastornos de ansiedad, depresión, etc. cuando regresamos a la rutina laboral, sin embargo, otorgarle una entidad nosológica propia, me resulta bastante exagerado; la vuelta al trabajo no sería más que el detonante del trastorno, pero no el culpable del mismo. Y no vamos a entrar en el tema de acosos laborales o escolares, en los que el estado de ánimo depresivo o la ansiedad que se sienten al volver al entorno hostil, están completamente justificados y deben ser tratados de raíz mediante la modificación de ese entorno por parte de las autoridades competentes en cada caso y mediante el tratamiento de las secuelas psicológicas o físicas que pueda mostrar la víctima de tal acoso. Esos temas son bastante más serios y de ningún modo entran en esta nueva categoría de depresión posvacacional.

Por supuesto volver a la actividad después de unas vacaciones no es una situación agradable, puede resultar estresante, sobre todo si, como es cada vez más común, no se ha podido desconectar del todo y nos han estado llamando desde la empresa para preguntarnos cosas, a veces importantes, en ocasiones, auténticas estupideces. Esto que antes era impensable, es el día a día de muchos trabajadores y genera, por sí solo, una considerable carga de estrés. De cualquier manera, aun en el caso de poder disfrutar de nuestro merecido descanso sin contactos indeseados por parte de la empresa, tenemos que considerar que la adaptación al ritmo previo a las vacaciones, puede hacerse cuesta arriba para algunas personas. Sin embargo, no llega a ser, ni por asomo, parecido a una depresión clínica. Seamos serios con la salud mental.

En el caso de la llamada depresión posvacacional, parece que han sido los medios de comunicación los responsables de acuñar el término sin considerar por un momento las posibles consecuencias sociales e individuales de ello. Esto es, la innecesaria medicalización de una situación completamente normal que mejora por si sola en unos cuatro o cinco días, cuando el trabajador se hace de nuevo al ritmo laboral. A la depresión posvacacional yo la llamo, simplemente “estar jodida porque se me han acabado las vacaciones.” Puede parecer a simple vista que no hay diferencias entre ambos términos y que el primero, además, es más corto. Sin embargo, el segundo término pone las causas del problema en mí, siendo yo la responsable de mi estado de ánimo y afrontando la situación con las herramientas de las que dispongo. Si analizamos el primer término, la palabra depresión nos lleva a una condición médica de la que el paciente no es responsable y que suele requerir de ayuda externa profesional para mejorar ¿Vemos ahora la sutil diferencia?

Desde la publicación del primer DSM en 1952, el número de trastornos mentales ha experimentado un aumento considerable, de los 106 del DSM original a los 312 de su última edición. Cabe destacar que, además de los absurdos trastornos mencionados más arriba, en la actualidad los berrinches de los niños están también incluidos como enfermedad mental bajo el nombre de Trastorno de Desregulación Disruptiva del Estado de Ánimo. Hay que reconocer que el nombre para el típico berrinche les ha quedado de lo más atrayente e interesante, pero no creo que sean los niños los que necesiten tratamiento psiquiátrico o psicológico, más bien son los padres los que necesitarían asistir a un taller formativo donde les enseñasen a educar a los críos.

Otra muestra de la creciente medicalización de la sociedad actual, es el incremento en la prescripción de antidepresivos, la cual según datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) se ha triplicado en los últimos 15 años. En el año 2000 se consumían 26,5 dosis por cada mil habitantes/ día; en el año 2013, esta cifra era de 79,5 dosis consumidas por cada mil habitantes/día. Llámenme loca, pero me da la impresión de que la sociedad actual abusa un poco de la fluoxetina, también conocida como Prozac.

Estamos creando una sociedad en la que todo puede tratarse con pastillas, en la que si no existe una enfermedad, nos la inventamos para así tener una excusa para no ser la chispa de la vida o para no alcanzar los niveles de felicidad que nos autoimponemos. No es lo mismo tristeza que depresión. No es lo mismo estrés que ansiedad diagnosticada. Y desde luego, no es lo mismo tener una depresión clínica, que estar jodido porque hay que volver al trabajo. Estamos creando una sociedad en la que lo importante no es curar la enfermedad mental, sino paliar los efectos negativos de la vida diaria, en la que necesitamos ponerle un nombre complicado a todo con la intención de no sentir que somos imbéciles y que lo mejor que podemos hacer es afrontar el problema en vez de doparnos para adormecer lo que sentimos.

Por todas partes surgen “expertos” que nos indican cómo evitar ese sentimiento que nos acosa cuando volvemos a la oficina, al supermercado, al taller o al almacén en el que curramos para ganarnos la vida; en lugar de darnos pistas para afrontarlo, nos dicen cómo evitarlo. Estamos aprendiendo a evitar la tristeza y no tenemos en cuenta que vivir conlleva también momentos en que necesitamos abrazarla y hacerla nuestra, es un sentimiento natural y necesario para una óptima salud mental. Si no han visto la última película de Pixar, Inside Out, háganse un favor y vayan a verla, entenderán mejor lo que aquí digo. Sentirnos decaídos porque se acaban las vacaciones no es una enfermedad mental, es completamente normal, no hagamos un drama de ello y sobre todo, no busquemos unas pastillitas que nos curen la normalidad.

Via sabemosdigital.com

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