jueves, julio 23, 2015

Integrando la soledad

Aceptemos que los momentos de soledad forma parte de la vida. Los extremos nunca nos dejan satisfechos: el estar siempre solo produce mucho malestar, pero ¿y el estar siempre acompañados? Las personas de nuestra vida van y vienen: familiares, amigos y parejas con las que compartimos parte de nuestro camino vienen y van, teniendo a la vez  sus propias vidas.

Demasiado ocupados para estar con nosotros: aprender a habitarnos

En los tiempos que corren parece como si no valorásemos la riqueza interior, los momentos de tranquilidad, de parar, hacer una pausa y hablar con uno mismo para organizar nuestros pensamientos, deseos y decisiones.

Como si lo que valoráramos fuera estar todo el día con gente, con ruido, en movimiento, como si eso fuera “aprovechar al máximo la vida” ¿Qué es eso de “aprovechar al máximo”?

Es indudable que necesitamos de la compañía y ayuda de los otros para tener cierta calidad de vida pero, ¿y la de nosotros mismos?, ¿nos habitamos? A veces hay tanto ruido que parece imposible parar y preguntarse “¿y yo qué quiero?, ¿qué pienso de esto?, ¿cómo me siento con aquello?” Es importante pararse y darse la oportunidad de tomar conciencia de lo que está siendo la vida de uno.

Ni conmigo ni contigo

Si no sabemos estar con nosotros mismos difícilmente podremos estar con los otros, o sí, pero ¿desde dónde? ¿Desde nuestro deseo o desde el deseo del otro? ¿Hasta qué punto estar con los otros a costa de nosotros mismos?

Es normal sentir miedo y cierta angustia al quedarse solos, pero también es una buena oportunidad para desarrollar la creatividad, conocerse más y descansar de las expectativas de los otros. Un momento para quedarnos con nostros mismos y mirar un poco hacia dentro.

    El depender en exceso de la aprobación y de la mirada de los otros hace que “padezcamos” las situaciones de soledad, que se nos haga insoportable por momentos.

La soledad en compañía

Según Winnicott, un indicio de madurez tiene que ver con haber desarrollado la capacidad para estar solo, tener la ocasión de disfrutar de la propia compañía.  Este desarrollo a nivel emocional tiene que ver con nuestra historia vital, con el habernos sentido acompañados o no.

Cuando crecemos en un ambiente de compañía pero sin agobios, tenemos la certeza de que contamos incondicionalmente con nuestros progenitores, por lo que podemos entregarnos a las fantasías o al juego solos con confianza. Por el contrario, si no nos sentimos seguros del cariño y presencia de nuestros progenitores y tenemos miedo a perderles, de alguna forma nos vemos obligados a estar pendiente de nuestros padres por pura supervivencia en etapas tempranas.

Por ello es tan importante desde la infancia fomentar la “soledad en compañía”, donde el adulto está presente (percatándose de la seguridad del entorno) pero sin intervenir en todo momento con el niño, permitiéndole que juegue, haga y deshaga con autonomía. Contemplar a los niños sin hacer nada más que mirarles durante algunos minutos mientras juegan es un ejercicio sencillo para fomentar esa confianza.
Tan solo es estar solo: encontrarte a ti mismo

Soledad no es igual que abandono ni aislamiento. Saber que los momentos de soledad forma parte de la vida, que van y vienen, que tenemos gente en la que confiar aunque no estén en ese instante, reduce la angustia que produce conectar con el abandono que florece en esas ocasiones en las que nos quedamos con nosotros mismos.

    “¿Aún conservas tu espacio? Tu espacio único, propio y necesario donde puedan hablarte tus propias voces, sólo para ti, donde puedas soñar. Entonces, sujétate fuerte, no te sueltes” Doris Lessing

Via psicologialowcost.com

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