sábado, junio 20, 2015

¿Es posible una pedagogía de la curación?

Quien pretendiese hablar con pertinencia de la curación de un individuo, debería poder demostrar que, entendida como satisfacción a la expectativa del enfermo, esa curación es sin duda el efecto propio de la terapéutica prescripta, escrupulosamente aplicada. Ahora bien, semejante demostración es hoy más difícil de aportar que nunca, a causa de la utilización del método del placebo, de las observaciones de la medicina psicosomática, del interés otorgado a la relación intersubjetiva médico-enfermo y de la homologación que establecen algunos médicos entre el poder de su presencia y el poder mismo de un medicamente. En la actualidad, tratándose de remedios, la manera de dar vale a veces más que lo dado.

En síntesis, podemos decir que, para el enfermo, la curación es lo que la medicina le debe, mientras que, todavía hoy, y para la mayoría de los médicos, lo que la medicina debe al enfermo es el tratamiento mejor estudiado, experimentando y ensayado hasta el presente. De ahí la diferencia entre el médico y el curandero. Un medico que no cure a nadie no cesa, por derecho, de ser médico, habilitado como esta por un diploma. Un curandero no puede serlo sino de hecho, pues no se lo juzga por sus “conocimientos” sino por sus éxitos.

Para el médico y para el curandero, la relación con la cura es inversa. El médico está habilitado públicamente para pretender curar, mientras que es la curación, sentida y reconocida por el enfermo aun cuando sea clandestina, lo que certifica el “don” de curandero en un hombre a quien su poder infuso le ha sido revelado por la experiencia de otros.

A diferencia de la óptica medica tradicional, para la cual la curación era efecto de un tratamiento causal cuyo interés estaba en sancionar la validez del diagnostico y de la prescripción, y por lo tanto el valor del médico; en la óptica del psicoanálisis la curación pasaba a ser signo de la capacidad, reconquistada por el paciente, de poner fin él mismo a sus dificultades. La curación ya no era gobernada desde el exterior, pasaba a ser una iniciativa reconquistada, toda vez que ahora la enfermedad no se entendía como un accidente sino como un fracaso de conducta, o incluso como una conducta de fracaso.

La equiparación de la curación a una respuesta ofensiva-defensiva es tan profunda y originaria, que penetró el concepto mismo de enfermedad, entendida como reacción contra una intrusión violenta o un desorden.

La integridad orgánica fue una metáfora de la integración social antes de convertirse en materia para la metáfora inversa. De ahí la tendencia general y constante a concebir la curación como fin de una perturbación y retorno al orden anterior. En este sentido, curación implica reversibilidad de los fenómenos cuya sucesión constituía la enfermedad, y he aquí una modalidad de los principios de conservación o invariancia en los que se fundaron la mecánica y la cosmología de la época clásica.

Es indudable que la medicina pre fisiológica no ignoraba el entorno del organismo; pero no se buscaba conocer las circunstancias para saber en qué consistía la enfermedad, sino para saber ante que esencia de enfermedad se estaba y en qué tipo de terapéutica debía uno detenerse.

Pero el equilibrio aparente o el estado estacionario de semejante sistema abierto no excluye en absoluto su sumisión al segundo principio de la termodinámica, a la ley general de irreversibilidad y no retorno a un estado anterior. De ahora en mas, todas las vicisitudes de un organismo, se trate de un organismo sano, enfermo o al que se considera curado, están afectadas por el estigma de la degradación. El médico no puede ignorar que ninguna curación es un retorno.

La imagen del médico hábil y atento de quien los enfermos singulares esperan su curación va siendo ocultada, poco a poco, por la de un agente ejecutor de las consignas de un aparato de Estado encargado de velar por el respeto del derecho a la salud reivindicado por todo ciudadano.

Los progresos de la higiene pública y el desarrollo de la medicina preventiva se sustentaron en los éxitos espectaculares de la quimioterapia, fundada en los primeros años del siglo XX por las investigaciones de Paul Ehrlich sobre la imitación artificial del proceso natural de inmunidad. El antibiótico no solo suministro un medio de curación, sino que transformo el concepto mismo de esta última al transformar la esperanza de vida. La evaluación estadística de los logros terapéuticos introdujo en la apreciación de la curación una medida objetiva de su realidad. Así pues, el cumplimiento de las dos ambiciones de la vieja medicina, curar las enfermedades y prolongar la vida humana, produjo el efecto indirecto de poner al médico de hoy frente a enfermos alcanzados por una nueva ansiedad, referida esta vez al carácter posible o imposible de la curación.

A despecho de las implicaciones sociales y políticas de este concepto, resultantes de que ahora la salud es percibida muchas veces como un deber que debe observarse en relación con los poderes socio-médicos, ha seguido siendo ese estado orgánico del que un individuo se considera juez.

Estar bien, vale decir, conducirse bien en las situaciones que es preciso afrontar, es un criterio que se debe conservar. La salud es la condición a priori latente, vivida en un sentido propulsivo, de toda actividad elegida o impuesta. Este a priori es analizable, a posteriori, por la ciencia del fisiólogo en una pluralidad de constantes a cuyo respecto las enfermedades representan una diferencia de variación superior a cierta norma determinada por un promedio.

Las enfermedades del hombre no son solo limitaciones de su poder físico, son dramas de su historia. La vida humana es una existencia, un ser-ahí para un devenir no pre-ordenado, obsesionado por su fin. Así pues, el hombre está abierto a la enfermedad no por una condena o por un destino, sino por su simple presencia en el mundo. Desde este aspecto, la salud no es en absoluto una exigencia de orden económico que deba hacerse valer en el marco de una legislación, es la unidad espontanea de las condiciones de ejercicio de la vida.

Goldstein formó los conceptos de comportamiento ordenado y de comportamiento catastrófico basado en observaciones sobre las conductas del hombre afectado por lesiones cerebrales. Un organismo sano se concilia con el mundo circundante a fin de poder realizar todas sus capacidades. El estado patológico es la reducción de la amplitud inicial de intervención en el medio. El ansioso empeño por evitar situaciones generadoras de comportamiento catastrófico, la tendencia a la simple conservación de un residuo de poder, es la expresión de una vida que está perdiendo “capacidad de respuesta”. Si se entiende por curación el conjunto de procesos por los que el organismo tiende a superar la limitación de capacidades a que lo obligaría la enfermedad, preciso es admitir que curar es pagar en esfuerzos el precio de un retraso en la degradación.

Considerar que el modo de ejercicio actual de la medicina nos frustra de la salud que merecemos, es una forma de enfermedad.

El objetivo del médico, como el del educador, es volver inútil su función.

Si fuera posible una pedagogía de la curación, debería interesarse en obtener el reconocimiento, por parte del sujeto, del hecho de que ninguna técnica, ninguna institución, presentes o venideras, le aseguraran la integridad garantizada de su capacidad para relacionarse con los hombres y las cosas. La vida del individuo es, desde el origen, reducción de las capacidades de la vida. Al no ser la salud una constante de satisfacción, sino el a priori del poder de dominar situaciones peligrosas, dicho poder se corroe en la tarea de dominar peligros sucesivos. La salud que sucede a la curación no es la salud anterior. La conciencia lucida de que curar no es volver, ayuda al enfermo en su búsqueda de un estado de menor renuncia posible, liberándolo de la fijación al estado anterior.


<Via saludypsicologia.com

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