viernes, julio 15, 2011

Errores más frecuentes

Intentar ser COLEGAS en lugar de PADRES. Estar cerca de los niños no significa hablar como ellos, ni actuar como si tuviéramos 15 años.

Los adolescentes necesitan "situarse y situarnos". Los padres tienen que ser padres, no colegas; han de asumir su papel y sus funciones, aunque a veces les cueste; tienen que ser capaces de centrar a sus hijos, favorecer su pensamiento, su razonamiento, su sensibilidad, su "autocontrol", su afecto. A pesar de que los chicos/as parezcan cerrarse a sus argumentos, pueden conseguirlo si se comportan como adultos, si hablan como adultos, si razonan como adultos, si ponen normas como adultos y si, cuando lo necesiten, saben decirles "no" como adultos.

Intentar "comprarlos" haciendo de BUENOS, o poniéndonos siempre de su parte.

En muchos adultos esta tendencia surge de forma espontánea, pero sus consecuencias son tan negativas como evitables.

Al principio suele ser la postura más cómoda, pero siempre, tarde o temprano, se vuelve en contra de quien la ejerce.

Podemos negociar las normas a seguir, pero nunca debemos dejar que sean ellos los que marquen los límites. Hay que mantenerse firmes y convencidos. No podemos desesperarnos y transmitir nuestra inseguridad.

No hay que ceder para evitar males mayores, pensando que esto pasará con el tiempo, porque así lo único que conseguimos es que el adolescente cada vez tenga menos autocontrol. La mejor ayuda que podemos prestarles es nuestra tranquilidad ante su exigencia; nuestra seguridad ante su inestabilidad; nuestra firmeza ante su insistencia; nuestro afecto ante su agresividad; nuestra racionalidad ante su irracionalidad.

Protegerlos en exceso, hacer que el mundo gire en torno suyo. Debemos estar a su lado, por supuesto que sí, pero para ayudarlos, no para asfixiarlos. Ellos tienen que vivir sus propias crisis, para que desarrollen sus estrategias, resuelvan sus problemas y superen los conflictos. Estaremos ahí, pero en un segundo plano, para valorar su forma de relacionarse con el mundo, y encauzarles en todo momento; para que sean tolerantes; para que sepan escuchar; compartir, aprender, observar, y desarrollar el sentido común. Con frecuencia, en la consulta muchos adolescentes nos han confesado que "es un fastidio que los padres intenten resolverte todo, porque no nos dejan enfrentarnos a la realidad".

Creer que en cualquier situación con el diálogo todo se arregla. Es lógico que pensemos que con el diálogo podemos arreglar cualquier problema, pero los hechos nos demuestran, día a día, incluso en el mundo de los adultos, que esto es más un deseo que una realidad.

Es verdad que muchas veces los niños son más sensibles que algunos adultos, pero esto no quiere decir que siempre estén en condiciones de dialogar y sean receptivos a nuestras explicaciones y argumentos. Es más, en medio de una discusión, habitualmente resulta inútil, cuando no contraproducente, intentar dialogar. De la misma forma será difícil dialogar:

Cuando estén empeñados en conseguir algo.
Cuando acaban de pelearse.
Cuando están excitados.
Cuando acabamos de pillarlos en alguna mentira.
Cuando les resulta imposible justificar alguna acción suya.
Cuando creen que van a salir perdiendo si dialogan, y no están dispuestos a asumirlo.
Cuando nos sienten débiles o inseguros.

Por el contrario, les resulta más fácil dialogar en las siguientes situaciones:

Cuando están tranquilos.
Cuando hay un clima relajado y afectivo.
Cuando se encuentran de buen humor.
Cuando están descansados.
Cuando acabamos de alabarlos o felicitarlos por alguna acción.
Cuando están "arrepentidos"y con ganas de compensar lo que han hecho.
Cuando son conscientes de que, a pesar de haber actuado de forma injusta, estamos intentando buscarles una salida "airosa".
Cuando están interesados en conseguir "un pacto".


Los niños aprenderán a dialogar, y lo harán cada vez más, cuando nos vean seguros, cuando les ayudemos a cortar sus estallidos irracionales y sientan que, una vez superados éstos, estamos permanentemente dispuestos a razonar con ellos.

Sacrificar constantemente a los otros hermanos o miembros de la familia. Ésta es una de las situaciones más injustas, pero más frecuentes en la relación familiar.
Cerrar los ojos: Negar lo evidente, pensar que los otros exageran, que los profesores son unos alarmistas y que, en todo caso, la culpa es del otro cónyuge.
Esta evidencia surge de forma especial cuando nos sentimos impotentes, es un mecanismo de defensa muy humano, pero recordemos que los adolescentes, cuando algo no está funcionando bien, esperan y necesitan "nuestra actuación", no "nuestra huída".
Favorecer el consumismo. Si potenciamos con nuestra actuación que los adolescentes no den valor a las cosas, terminarán por no darle valor a las personas.
Educar en el resentimiento. Sin duda éste es uno de los principales errores, porque educar en el resentimiento es educar en la intolerancia, en la falta de generosidad y en la ausencia de valores.

La realidad es que los adolescentes no lo tienen fácil. En muchos casos encontramos chicos y chicas que nos dicen que no saben como evitar "saltar y estallar a la mínima", que les encantaría controlarse pero que no pueden. No lo hacen para fastidiarnos, sino porque no pueden evitarlo. ¿Quién de adulto no ha sentido alguna vez esa falta de autocontrol, que nos ha llevado a hacer o decir cosas de las que luego nos hemos arrepentido?. Ahora situémonos con veinte años menos de experiencia y en un cuerpo en continuo cambio, donde las hormonas tienen literalmente tomado el poder, ¿no se hace realmente difícil? ; en realidad lo es, pero ¿estamos proporcionando al adolescente las herramientas, los recursos que necesita para autocontrolarse, para relacionarse mejor, para ser más proactivo y gobernar su vida, en lugar de dejarse llevar por su revolución hormonal o por su grupo de amigos?.

Nos preocupamos mucho para que nuestros hijos sean los mejores preparados, no nos parece suficiente que vayan bien en el curso, sino que además tienen que aprender idiomas, informática sin darnos cuentas que su potencial intelectual (el famoso C.I.) no explica, en el mejor de los casos, más allá del 25% del éxito profesional de las personas. ¿Les va a servir de algo saber alemán y francés a la hora de decir no a un amigo que les invita a fumar un porro?; ¿un expediente brillante hace que mejore la relación con los adultos que viven con él?. Lamentablemente la respuesta es NO, porque todas estas competencias forman parte de la Inteligencia Emocional, la gran olvidada en el sistema educativo, y la mayor garantía de éxito y eficiencia tanto personal como profesional.

Antes que otra formación complementaria, les vendría muy bien que les facilitásemos cómo desarrollar su Inteligencia Emocional. Debemos ser conscientes que la situación ahora es difícil, pero después de estos años la situación cambiará si sabemos ayudarle en esta etapa tan crucial; si lo hacemos, y lo hacemos bien, el adolescente de hoy dará paso al joven de mañana, a un joven menos impetuoso, menos hiriente, menos provocador, más humano, más justo y más cercano.

Mª Jesús Álava Reyes
PSICÓLOGA

Fuente sabervivir.es

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